Radio Amishar

20 de septiembre de 2011

NO DESPRECIEMOS A LOS QUE YERRAN

Meditaciones Matinales
De Amigos Adventistas
Cada día con Dios - Elena G. de White
Hoy es Martes 20 de septiembre del 2011


NO DESPRECIEMOS A LOS QUE YERRAN

Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. Mat. 12: 34, 35.

Nunca tratemos como infieles a aquellos por quienes trabajamos, a menos que tengamos evidencias indubitables de que lo son. Y aún cuando la infidelidad de un obrero sea plenamente probada, nunca trate con él de manera que tenga excusa para decir: "Usted fue duro conmigo". No debe hacer nada que provoque a ira a los que yerran. No trate a creyentes o incrédulos de tal manera que llegue a excitar los peores sentimientos de sus corazones. No lance acusaciones que puedan ser crueles e injustas. Mediante esta manera de proceder, puede conducir a las almas a la perdición. . .
Usted debe manifestar en su obra la simpatía de Cristo. Sus palabras deben ser una expresión de ella. Debe hablar el idioma de Canaán. Usted ya no forma parte del mundo. Ha salido de él y debe evitar sus métodos y procedimientos. Mediante sus palabras y actos debe manifestar los amantes propósitos de Dios. Debe tratar siempre con respeto a sus colaboradores, recordando que fueron creados a imagen de Dios.
El que sirve en lugar de Cristo sólo cumple su deber cuando manifiesta las gracias del Espíritu de Dios a todos los que se relacionan con él. No deben escucharse ni reprimendas ni expresiones airadas, porque esas palabras deshonran a Cristo y son un baldón para el nombre de cristiano.
Parte del deber del que sirve como director consiste en aprender a ejercer dominio propio.
El Señor Jesús ha elegido a seres humanos para que sean su instrumento. Deben cumplir su propósito. Su muerte en la cruz del Calvario fue la culminación de su humillación. Su obra redentora trasciende el entendimiento finito. . .
Debemos seguir el ejemplo de Cristo en nuestra vida diaria. Entonces se manifestará en nuestra vida religiosa esa paz que sobrepuja todo entendimiento. No debemos aceptar ningún empleo ni iniciar ninguna empresa sólo con el propósito de obtener la alabanza y la honra de los hombres. No debemos pronunciar ni una sola palabra ni cometer una sola acción que degrade en las mentes de los demás el ideal que alientan del que murió una muerte vergonzosa en la cruz, para tener el privilegio de salvar a sus enemigos (Carta 196, del 18 de septiembre de 1901, dirigida a un administrador del Sanatorio de Santa Elena).

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